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Las vicisitudes de Santa Mónica – Parte I

Me han preguntado varias veces por nuestros comienzos, y francamente es un tema muy visceral que requiere que organice muy bien mis pensamientos. Pero lo hice, así que aquí lanzo una serie sobre nuestros hitos. Creo que con la primera entrega empezamos bien arriba (según como se mire).

Resulta que siempre quise ser independiente laboralmente; no sirvo para tener jefe, para ajustarme a horarios o para realizar tareas que ni siquiera el que las pide tiene claro para qué son… Y juntando mis estudios con parte de mi experiencia laboral, nació la idea de negocio.

Tenía un auto, para cuya compra estuve amorralando 5 años… Lo compré a muy buen precio y lo vendí a un precio forrrrrrmidable. Pues bien, ese auto se transformaría en emprendimiento (alquimia pura, ¿verdad?)

Hasta aquí, todo bien. Hacía tiempo que había empezado a investigar, calcular costos, darle forma al proyecto… Iba para todos lados agarrada de un cuaderno y una birome para anotar lo que se me ocurriera, hacer bosquejos…

Llegó el momento de aterrizar las cosas y para eso necesitaba una empresa. Aparentemente necesitaba una unipersonal, así que la abrí. Costos astronómicos, tal como esperaba, así que el apuro por prosperar ya había pasado de moderado a agudo.

Para optimizar la inversión seguí otro consejo: tienda virtual con pick-up físico. Una tienda web de venta de especias y condimentos. Mis productos hechos virales y volando por debajo de los radares. ¿Qué puede salir mal? Más específico sería criar dragones de Komodo bonsai y llevarlos a domicilio.
Entonces, tenemos una empresa cara para empezar en una punta y una tienda online recién nacida en la otra.

Debo haber arado media ciudad recorriendo restaurantes, regalando muestras y dándome a conocer. Todavía estoy esperando respuesta del 98% (del 2% restante, todos me dijeron que no, pero me lo dijeron… Incluso hasta me comentaron, ¡qué curioso!, que tenían las muestras en el aparador de la casa y unos días antes justo lo habían abierto y era un olor impresionante).

Cuatro meses demoró en llegar la primera venta, y fue a un conocido. $306. Ahora sí, now we are talking!

Entre algunos que me descubrieron por error y empezando a revolotear por ferias artesanales, llegamos al primer año de vida y con él el fin de mis ahorros. Apenas me quedaba una reserva que, en el mejor de los casos duraría tres meses (y todos sabemos que no queremos hacer con exactitud esa clase de cálculos porque terminamos llorando de pañuelo), y en el más realista seguramente ya estaba gastada antes de terminar esa semana.

Se imponía tomar una decisión: cerrar o buscar cómo seguir.

¿Qué les pareció este primer capítulo? ¿Ustedes qué habrían hecho?

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