Buenas y nubladas tardes. Pasó un tiempo desde mi última publicación, pero el tema de la nostalgia nunca pierde vigencia en mi caso, ya que no tengo particular apego por la actualidad.
Estos días estuve cavilando mucho, ya que estuve con la garganta como un rallador y soy muy defensora de las recetas caseras para esta clase de dolencias.
Nuestras abuelas tenían un arsenal para salir a la carga frente a estos males: jengibre, miel, limón… Y después hay abuelas más radicales, como la mía.
Cuando yo estaba en 4º de liceo, había plantado bandera en la mesa del comedor en su casa para hacer los deberes, mientras mis padres y ella conversaban sentados en el living. Un día en particular, yo estaba con tos. Y mi abuela dijo que estaba muy atacada, que me iba a preparar algo para la garganta. A los 5 minutos vuelve con una taza con un té muy clarito… “Tomá esto, que te va a hacer bien”.
Con toda inocencia no cuestioné nada y tomé un sorbo… Un sorbo fatal, ignominioso, inmundo. “Té de cebolla, es bárbaro para la tos”. Lo que tiene de bárbaro también lo tiene de feo. El que ya haya leído mi relato sobre el jengibre debe de estar suponiendo que soy un poco caída del nido, o de la punta del árbol.
Pero aprovechando que estamos por entrar a la temporada de las felpillas y el cambio de estación, les voy a dejar una receta más amable de mi abuela para aliviar la garganta y la tos.
Se trata de hacer un jarabe de miel con jugo de limón. Lo único que hay que hacer es poner 2 o 3 cucharadas de miel en un vaso e ir agregándole jugo fresco de limón de a poco y revolver hasta que adquiera una consistencia parecida a la del jarabe.
Lo pueden tomar de a cucharadas en varios momentos del día, o agregar una cucharada en una taza de té negro, ya que además el calor va a aportar una sensación de alivio a nuestra garganta.
Espero que les sea útil este dato simple, y si quieren probar el té de cebolla, encomiéndense a los santos de las papilas gustativas antes.